Elegimos capacitarnos

1 noviembre, 2023

Uno de los ejes fundamentales que trabajamos en María de Guadalupe es la formación continua de nuestro equipo. Creemos que para brindar una educación de calidad y alcanzar el máximo potencial de cada estudiante es vital el acompañamiento y la formación constante de los y las docentes.

Ezequiel Errecart es docente de Literatura y Prácticas del Lenguaje desde 2015 en el colegio. Su primer encuentro con la institución fue a cargo de un curso temporal de nivelación cuando apenas se comenzaba a construir el nivel secundario.  “Así llegué al María de Guadalupe y podría decir que así cambiaron muchas cosas en mi vida y en mi experiencia como docente. Quedaba lejos de mi casa, todavía no había edificio, todo estaba por hacerse, pero había amor, mucho amor, y ganas, muchas ganas” describe Ezequiel sobre sus primeras sensaciones. Al finalizar esta primera experiencia le ofrecieron un cargo como docente de Prácticas del Lenguaje y aceptó. En la primera reunión de equipo conoció a Javier Maidana, otro profesor de la misma materia que actualmente también trabaja en el colegio. Errecart menciona que no le alcanzarían las palabras para contar todo lo que aprendió de Javier charlando, pensando, planificando y trabajando en pareja pedagógica con él. “Ahí me di cuenta de otra cosa que era central en este cole nuevo: nadie estaba solo, el acompañamiento y el trabajo en equipo eran los pilares que apuntalaban toda una idea de educación centrada en los alumnos y alumnas”.

El proyecto educativo MDG cuenta con un rol particular que es el de los formadores internos, los cuales conocen las realidades de los estudiantes y por tanto trabajan para que la formación docente del equipo sea situada y constante. Los capacitadores acompañan las clases de los docentes pero no desde un lugar pasivo u observador sino desde una posición totalmente activa, entendiendo las necesidades que se presentan dentro del aula y facilitando material  y secuencias didácticas. Es en este rol que Ezequiel conoció a Celina Von Wuthenau, a quien le agradece enormemente los aprendizajes adquiridos en la práctica docente. “Todavía me repito como un mantra una frase de ella que a mí me quedó grabada: hay que ir a buscar a los pibes a dónde están parados, el tren tiene que pasar no una, sino muchas veces”.

El tiempo pasó y Ezequiel ocupó diferentes roles dentro de la secundaria del colegio. Fue PAT (Profesor Acompañante de Trayectorias), Coordinador de Comunicación y actualmente, además de docente, es Coordinador Pedagógico junto con la Dra. Valeria Buggiano. Reconoce que si bien muchas cosas cambiaron, otras tantas  siguen igual tales como el trabajo en equipo, el aprendizaje y las posibilidades de formación continuas, las cuales siguen siendo el eje para lograr una educación que coloca al estudiante en el centro del  proyecto.

CONOCÉ EL TESTIMONIO COMPLETO DE EZEQUIEL ERRECART Y SU CAMINO EN  MARÍA DE GUADALUPE

Me anoté en la carrera de Letras sin tener demasiada idea de las posibles salidas laborales. Me gustaba leer, amaba la literatura, pero ser profesor no aparecía en mi horizonte. En 2011 tomé mis dos primeras suplencias, muy cortas, apenas unos meses. Fue difícil, bastante, pero me di cuenta que me gustaba. Por cuestiones de la vida, no volví a dar clases hasta 2014, cuando tomé muchas horas en el que había sido mi colegio: el Nacional de San Isidro. En el medio de estos años, había hecho mis prácticas docentes en el mismo espacio y conocido a una gran profesora: Ana Eichenbronner.

Recuerdo observarla y no poder creer el modo en que lograba captar la atención de los pibes con textos complicadísimos y una paciencia y amor enormes. Cuando comencé, un poco quise imitarla, lograr lo mismo, pero debo admitir que muy bien no me salía. Fueron años difíciles, con muchas horas y pocas herramientas, pero de muchísimo aprendizaje. Estuve aproximadamente un año y medio en ese colegio, pasando por casi todos los años. En 2015, a través de mi pareja, me contactaron, junto con otra amiga profe de Literatura, para dar una especie de curso de nivelación en una escuela en la que recién empezaban a construir el secundario. Así llegué al María de Guadalupe, y podríamos decir que así cambiaron muchas cosas en mi vida y en mi experiencia como docente. Quedaba lejos de mi casa, todavía no había edificio, todo estaba por hacerse, pero había amor, mucho amor, y ganas, muchas ganas. Terminado el curso, me ofrecieron empezar a trabajar al año siguiente como docente de Prácticas del Lenguaje. Acepté, con miedo, con inseguridades, pero también con mucha esperanza. Todavía me acuerdo del primer día, reunidos todos los docentes en la sala de computación de la escuela primaria. Todavía me acuerdo de un hombre grandote, con el pelo largo y una barba llena de canas que se sentó a mi lado, era el otro profe de Prácticas del Lenguaje. Me invitó a su casa a planificar y con solo escucharlo hablar me di cuenta que ahí había algo diferente: una cierta cadencia al hablar, una magia, que después comprobaría que era la misma que le permitía levantar una mano y que los pibes y las pibas hicieran silencio, que no pudieran dejar de mirarlo mientras leía. En fin, conocí a Javier Maidana, quien hasta el día de hoy sigue trabajando en el cole. No me alcanzarían las palabras para contar todo lo que aprendí de Javi, charlando, pensando, planificando y trabajando en pareja pedagógica con él. Y ahí me di cuenta de otra cosa que era central en este cole nuevo: nadie estaba solo, el acompañamiento y el trabajo en equipo eran los pilares que apuntalaban toda una idea de educación centrada en los alumnos y alumnas. Y como una parte esencial de este proyecto existía un rol particular: capacitadores. Pero no gente de afuera que viniera a darnos charlas sobre diferentes cuestiones vinculadas a la enseñanza o el aprendizaje, sino capacitadores internos, que conocían la realidad de nuestros pibes y estaban ahí para acompañarnos, para aconsejarnos, para enseñarnos, en fin, una capacitación situada y constante. Así conocí a Celina Von Wuthenau y así cambiaron para siempre muchas de mis ideas sobre la literatura, la lengua y su didáctica.

Celina, Javi y yo nos reuníamos, por lo menos, una vez a la semana, generalmente al mediodía, y hablábamos sobre las clases, sobre literatura, sobre los pibes. Pero la cosa no quedaba ahí, Celina nos acompañaba en las clases, pero no como una mera observadora, ponía el cuerpo, era otra docente dentro del aula. Y, como si fuera poco, nos acercaba material, secuencias didácticas que venía produciendo a partir de su trabajo como investigadora. Así como con Javi, tampoco me alcanzarían las páginas, ni la vida, para agradecerle a Celi todo lo que me enseñó, todo lo que aprendí; por ellos y gracias a ellos, gracias a su indescriptible generosidad, soy otro docente, creo que mejor, seguro diferente. Todavía me repito como un mantra una frase que ella repetía y a mi me quedó grabada: «Hay que ir a buscar a los pibes a dónde están parados, el tren tiene que pasar no una, sino muchas veces”.


El tiempo pasó y fui ocupando diferentes roles dentro del colegio. Fui PAT (Profesor Acompañante de trayectorias), fui Coordinador de Comunicación, y, actualmente, además de docente, Coordinador Pedagógico junto con Valeria Buggiano. Muchas cosas cambiaron, pero muchas otras siguen igual. El trabajo en equipo, el aprendizaje y las posibilidades de formación continuas siguen siendo el eje para lograr una educación que coloque al estudiante en el centro de nuestro proyecto. Finalmente, no me quedan más que palabras de agradecimiento para los diferentes equipos directivos, mis compañeros docentes y tutores, y por supuesto, nuestros alumnos y alumnas; porque es en el trabajo con ellos, día a día, dónde encuentro la posibilidad de reflexionar sobre nuestra práctica, de buscar nuevos caminos, de pensar juntos una mejor
educación para todos y todas.

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